Comenzamos esta serie de clases sobre la naturaleza misma de la técnica apelando a la tradición socrática en una nota que titulamos
Territorio y Nuevas Tecnologías.
Explicábamos allí como el pensamiento griego clásico ubicaba a la técnica como un conocimiento subordinado al conocimiento político – dicho en el sentido de conocimiento de la polis: la técnica quedaba así subordinada al poder político y su sentido último sólo podía ser definido por aquel.
En una nota posterior señalábamos
el carácter meta discursivo de estas reflexiones.
Decíamos: Lo que está en discusión aquí no es la tecnología misma sino la pertinencia de los discursos que pretenden comprenderla; de allí la idea de meta discurso.
Siguiendo con la lectura del texto de Diego Parente que citábamos en la nota recién enlazada es que hoy queremos poner en discusión otro de los
paradigmas que frecuentemente se esgrimen para entender a la técnica: aquel que la supone como un instrumento neutro; una mera herramienta cuyo uso – los fines de la misma – está determinado por fines ajenos a ella.
Una separación que, a diferencia de la socrática, termina siendo percibida como un obstáculo innecesario más que como un límite moral.
La técnica, tal como veíamos en las notas anteriores, puede ser pensada como "
prótesis", "
compensación" o "
extensión" del cuerpo humano.
Si aceptamos esto como válido lo seria solo respecto del origen del desarrollo técnico de la especie.
Pero desde mediados del siglo XIX - y aún antes - la técnica se desarrollo en íntima vinculación con el conocimiento científico y el progresivo despliegue global del entonces emergente sistema capitalista.
La tecnología - en algún sentido fase superior de la técnica - aparece como un símbolo que tiende a ponerse por encima de la cultura y aún como la finalidad última de la misma. Surge, en un extremo, la tecnocracia como paradigma superior para la polis.
Una concepción cuya génesis puede ubicarse en el siglo XVIII pero que adquiere plena significación doscientos años después: el despliegue tecnológico del siglo XX ubica a la experiencia humana en un entorno constituido casi exclusivamente por relaciones mediadas por la tecnología; la polis es ahora un nodo más o menos importante de una gigantesca red de la cual el planeta – nicho ecológico primigenio – parece ser sólo el soporte.
Parente (2010: 90) cita a diversos autores para explicar los criterios de racionalidad tecnológica emergentes de la concepción instrumentalista de la técnica:
“... una clara división entre una racionalidad interna y una racionalidad externa de la tecnología. La primera es un asunto de eficacia (…) y eficiencia (…) en la búsqueda de metas. (…) resulta evidente que la tecnología <<es intrínsecamente teleológica y está orientada a fines […] es un recurso instrumental para la obtención de uno u otro objetivo>> (…) La racionalidad poseería entonces dos dimensiones: la práctica (búsqueda inteligente) y la evaluativa (elección de los fines adecuados). En la racionalidad interna, la tecnología es neutral en cuanto a sus fines, pero tal <<racionalidad de los medios>> debe ser complementada con una racionalidad de fines. De allí (…) que los mayores temores actuales están asociados a tales dificultades de la racionalidad externa, especialmente en cuanto a los efectos malignos de la tecnología sobre el entorno natural – ya no frente a los efectos de la <<naturaleza incontrolada>>.
De ser un recurso
protésico frente a una naturaleza amenazante pasa a ser, la técnica misma, una amenaza para el entorno natural. Tres características centrales decribe Parente (2010: 100) para esta mirada instrumental:
“(a) La tecnología es neutra en su dimensión moral, los medios resultan independientes de los fines buscados.
(b) El artefacto técnico es esencialmente heterónomo, su funcionamiento y sus resultados están sujetos a la voluntad del usuario.
(c) Desde un punto de vista genético, la tecnología es comprendida en base al esquema problema/solución, priorizando la imagen del instrumento.”
El tecnólogo solo puede crear aquello que esta en linea con las leyes de la naturaleza; aún si lo quisiera no podría violar sus leyes. El uso que se haga de las fuerzas desplegadas por la técnica seria así un problema ajeno al tecnólogo.
Bacón, citado por Osella (2006: 188) decía: "
la ciencia del hombre es la medida de su poder" y "no se vence a la naturaleza sino obedeciéndola".
Por su parte,
Hume (Osella, 2006:193) sostiene: "
... todo ese poder creativo de la mente no viene a ser mas que la facultad de mezclar, transponer, aumentar o disminuir los materiales suministrados por los sentidos o la experiencia".
De tal manera el papel del tecnólogo no sólo es neutro sino que, en un extremo, se ve obstaculizado por la intervención de una racionalidad externa que es ajena a la naturaleza misma del dispositivo tecnológico.
El artefacto solo puede subordinarse a las leyes de la naturaleza ya que sin ellas no podría funcionar. El tecnólogo nada inventa, solo puede “descubrir” nuevos usos de las fuerzas naturales. El uso, eventualmente maligno, de la tecnología es un problema de los fines cuya determinación está en manos de factores externos a la razón científica. La razón técnica sería superior a cualquier otra motivación.
Desde otros sectores del pensamiento se considera a la concepción instrumentalista de la técnica como el prolegómeno de la
tecnocracia.
“ … Saint Simon prosigue este ideal en su propuesta de un gobierno constituido por una élite técnica con tres cámaras, una de ellas dedicada a los inventos. En tal sistema, los miembros del parlamento no son seleccionados por el pueblo, sino por su estricta competencia profesional. De acuerdo con Saint Simon (…), si la <<sociedad industrial>> tuviera éxito, su gobierno quedaría subordinado al manejo de los principios mismos. La presencia humana en dicho sistema sería sólo un lubricante para mantener en funcionamiento las distintas partes del todo” (Parente: 2010: 91)
Como se ve es casi la inversión del pensamiento socrático: el desarrollo de la polis necesita estar controlado por principios técnicos. Y visto que estos sólo pueden ser eficaces y eficientes en la medida que obedecen las fuerzas de la naturaleza oponerse a los mismos es una irracionalidad.
Suele acusarse a esta concepción de derogar todo debate acerca de los valores que orientan el desarrollo humano.
Y, si bien es difícil escuchar que alguien reclame el gobierno para los tecnólogos, no faltan voces que proclaman el desarrollo tecnológico como un valor en sí mismo capaz de resolver todos los problemas de la condición humana.